Krishnamurti
(Del libro “Comentarios Sobre el Vivir”)
En la roja tierra frente a la casa había cantidades de flores en forma de trompeta, con corazones dorados. Tenían grandes pétalos malva y un delicado aroma. Serían barridas o arrastradas durante el día, pero en la oscuridad de la noche cubrían la tierra roja. La trepadora era fuerte, con hojas dentadas que resplandecían bajo el sol mañanero. Algunos niños pisaban descuidadamente las flores, y un hombre que se dirigía precipitadamente a su coche ni siquiera las miró. Un transeúnte tomó una, la olió y se la llevó para dejarla caer luego. Una mujer, que debía ser una sirvienta, salió de la casa, cortó una flor y se la puso en el cabello. ¡Cuán bellas eran aquellas flores, y cuán rápidamente se marchitaban al sol!
“Siempre me ha perseguido cierto temor. De pequeño era yo muy tímido, medroso y sensible, y ahora me atemorizan la vejez y la muerte. Sé que todos tenemos que morir, pero ninguna suma de razonamientos parece calmar este miedo. Me he adscrito a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, he asistido a algunas sesiones, y he leído lo que han dicho los grandes instructores sobre la muerte; pero el temor a ella sigue presente. Incluso he ensayado el psicoanálisis, pero tampoco esto ha servido. Este miedo se ha convertido en un gran problema para mí; me despierto en medio de la noche con terribles sueños, y todos ellos, de una manera u otra, se relacionan con la muerte. Me asusta extrañamente la violencia y la muerte. La guerra fue una continua pesadilla para mí, y ahora me siento realmente muy preocupado. No es una neurosis, pero comprendo que podría llegar a serlo. He hecho cuanto me ha sido posible para someter a control este temor, he tratado de escapar de él, pero al fin de mi evasión no he podido desprenderme del mismo. He escuchado algunas conferencias bastante estúpidas sobre reencarnación, y he estudiado un poco de hindú y de literatura budista. Pero todo esto ha sido muy insatisfactorio, al menos para mí. No tengo sólo un temor superficial a la muerte, sino que hay un miedo muy profundo de ella”.
¿En qué forma abordáis el futuro, el mañana, la muerte? ¿Tratáis de hallar la verdad del asunto, o es que buscáis que se os tranquilice, que se os dé una satisfactoria aserción de continuidad o aniquilación? ¿Queréis la verdad, o una respuesta consoladora?
”Presentado de esa manera, realmente no sé de qué siento temor; pero el temor sigue siendo apremiante”.
¿Cuál es vuestro problema? ¿Queréis estar libre del temor, o es que estáis buscando la verdad con respecto a la muerte?
“¿Qué queréis decir con ‘la verdad con respecto a la muerte’?”
La muerte es un hecho inevitable; hagáis lo que hiciereis, es irrevocable final y verdadera. Pero ¿queréis saber la verdad de lo que hay mas allá de la muerte?
“Por todo lo que he estudiado y por las pocas materializaciones que he visto en las sesiones, existe evidentemente cierta clase de continuidad después de la muerte. El pensamiento continúa en alguna forma, cosa que vos mismo habéis afirmado. Lo mismo que la radiación de canciones, palabras y escenas requiere un receptor en el otro extremo, así el pensamiento que continúa después de la muerte necesita un instrumento a través del cual pueda expresarse. El instrumento puede ser un ‘médium’, o bien puede el pensamiento encarnar en otra forma. Todo esto está bastante claro y puede ser experimentado y comprendido; pero aunque he profundizado bastante en este asunto, sigue habiendo un temor insondable que creo está definitivamente relacionado con la muerte”.
La muerte es inevitable. La continuidad puede terminarse, o bien puede ser alimentada y mantenida. Lo que tiene continuidad nunca puede renovarse, jamás puede ser lo nuevo, nunca puede comprender lo desconocido. La continuidad es duración, y aquello que sea permanente no es lo atemporal. Por medio del tiempo, de la duración, no existe lo atemporal. Tiene que haber terminación para que lo nuevo sea. Lo nuevo no está dentro de la continuación del pensamiento. El pensamiento es movimiento continuado en el tiempo, este movimiento no puede encerrar dentro de sí un estado del ser que no sea del tiempo. El pensamiento se funda en el pasado, su ser mismo es del tiempo. El tiempo no es sólo cronológico, sino que es pensamiento, en cuanto es movimiento del pasado a través del presente hacia el futuro; es el movimiento de la memoria, de la palabra, el cuadro, el símbolo, el registro, la repetición. El pensamiento, la memoria, son continuos a través de la palabra y la repetición. La terminación del pensamiento es el comienzo de lo nuevo; la muerte del pensamiento es vida eterna. Tiene que haber constante terminación para que lo nuevo sea. Aquello que es nuevo no es continuo; lo nuevo solamente es la muerte de instante en instante. Tiene que haber muerte todos los días para que lo desconocido sea. Terminar es empezar, pero el miedo impide el terminar.
“Sé que tengo miedo, y no sé qué es lo que hay más allá de él”.
¿Qué queremos decir con la palabra miedo? ¿Qué es el miedo? El miedo es una abstracción, no existe independientemente, en aislamiento. Sólo aparece en relación con algo. En el proceso de la relación el temor se manifiesta; no hay temor aparte de la relación. Ahora bien, ¿qué es lo que os amedrenta? Decís que os atemoriza la muerte. ¿Qué queremos decir con “muerte”? Aunque tenemos teorías, especulaciones, y existen ciertos hechos observables, la muerte sigue siendo lo desconocido. Sea lo que fuere lo que sepamos sobre ella, la muerte misma no puede llevarse al campo de lo conocido; extendemos una mano para agarrarla, pero no está ahí. La asociación es lo conocido, y lo desconocido no puede volverse familiar; el hábito no puede capturarlo, y por eso hay temor.
¿Puede jamás lo conocido, la mente, comprender o contener lo desconocido? La mano que se extiende sólo puede recibir lo conocible, no puede retener lo incognoscible. Desear experiencia es dar continuidad al pensamiento; desear experiencia es fortalecer el pasado; desear experiencia es fomentar lo conocido. Queréis experimentar la muerte, ¿no es cierto? Aunque estáis viviendo, queréis saber lo que es la muerte. Pero ¿sabéis lo que es vivir? Conocéis la vida sólo como conflicto, confusión, antagonismo, gozo y dolor pasajeros. Más ¿es eso vida? ¿Son vida la lucha y el dolor? En este estado que llamamos vida queremos experimentar algo que no está en nuestro propio campo de conciencia. Esta pena, esta pugna, el odio que va incluido en el gozo, es lo que llamamos vivir; y queremos experimentar algo que es lo opuesto de lo que llamamos vivir. Lo opuesto es la continuación de lo que es, acaso modificado. Mas la muerte no es lo opuesto. Es lo desconocido. Lo cognoscible anhela experimentar la muerte, lo desconocido; pero, haga lo que hiciere, no podrá experimentar la muerte, y por lo tanto está atemorizado. ¿Es eso?
“Lo habéis expuesto claramente. Si yo pudiera saber o experimentar lo que es la muerte durante la vida, entonces seguramente que cesaría el temor”.
Porque no podéis experimentar la muerte, os da miedo de ella. ¿Puede lo consciente experimentar ese estado que no puede surgir a través de lo consciente? Aquello que puede ser experimentado es la proyección de lo consciente, lo conocido. Lo conocido sólo puede experimentar lo conocido; la experiencia está siempre dentro del campo de lo conocido; lo conocido no puede experimentar lo que está más allá de su campo. Vivenciar es totalmente diferente de experimentar. La vivencia no está dentro del campo del experimentador; pero en cuanto la vivencia se disipa, surgen el experimentador y la experiencia, y entonces la vivencia es traída al campo de lo conocido. El conocedor, el experimentador, anhela el estado de vivencia, lo desconocido; y como el experimentador, el conocer no puede entrar en el estado de vivencia, tiene miedo. El es miedo, no está separado de él. El experimentador del temor no es un observador de él; es el temor mismo, el propio instrumento del miedo.
“¿A qué os referís con la palabra ‘miedo’? Sé que me atemoriza la muerte. No tengo la sensación de ser yo el miedo, pero estoy amedrentado de algo. Temo, y estoy separado del temor. El temor es una sensación distinta del ‘yo’ que lo está mirando, analizando. Yo soy el observador, y el temor es lo observado. ¿Cómo pueden el observador y lo observado ser uno solo?”
Decís que sois el observador, y que el temor es lo observado. Pero ¿es así? ¿Sois una entidad separada de vuestras cualidades? ¿No sois idéntico a vuestras cualidades? ¿No sois vuestros pensamientos, emociones, etc.? No estáis separado de vuestras cualidades, pensamientos. Sois vuestros pensamientos. El pensamiento crea el “vos”, la entidad que se supone separada; sin pensamiento, el pensador no existe. Viendo la impermanencia de sí mismo, el pensamiento crea al pensador, como lo permanente, lo duradero; y el pensador entonces se convierte en el experimentador, el que analiza, el observador separado de lo transitorio. Todos anhelamos alguna especie de permanencia, y, viendo a nuestro alrededor la impermanencia, el pensamiento crea al pensador, el que se supone que es permanente. El pensador entonces procede a edificar otros y más elevados estados de permanencia: el alma, el atman, el yo superior, y así sucesivamente. El pensamiento es la base de todo este edificio. Pero esa es otra cuestión. Lo que nos concierne es el temor. ¿Qué es el temor? Veamos lo que es.
Decís que os atemoriza la muerte. Como no podáis experimentarla, le tenéis miedo. La muerte es lo desconocido, y lo desconocido os atemoriza. ¿Es eso? Ahora bien, ¿podéis tener miedo a algo que no conocéis? Si algo os es desconocido, ¿cómo podéis tenerle miedo? Os atemoriza realmente, no lo desconocido, la muerte, sino la pérdida de lo conocido, porque eso podría causar dolor o quitaros el placer, la satisfacción. Es lo conocido lo que produce temor, no lo desconocido. ¿Cómo puede causar temor lo desconocido? No es medible en términos de placer y dolor: es desconocido.
El temor no puede existir por sí mismo, viene en relación con algo. Os atemoriza efectivamente lo conocido en su relación con la muerte ¿no? Como os aferráis a lo conocido, a una experiencia, os asusta lo que podría ser el futuro. Pero “lo que podría ser” el futuro es meramente una reacción, una especulación, lo opuesto de lo que es. Es así, ¿verdad?
“Sí, eso parece acertado”.
¿Y conocéis lo que es? ¿Lo comprendéis? ¿Habéis abierto el armario de lo conocido y mirado en su interior? ¿No os asusta también lo que podríais descubrir allí? ¿Habéis inquirido alguna vez en lo conocido, en lo que poseéis?
“No, no lo he hecho. Siempre he dado por sentado lo conocido. He aceptado el pasado como uno acepta la luz del sol o la lluvia. Nunca lo he tomado en consideración; es uno casi inconsciente de ello, como lo es de su propia sombra. Ahora que habláis de esto, creo que también tengo miedo de descubrir lo que pueda haber ahí”.
¿No tenemos miedo, la mayoría de nosotros, de mirar en nosotros mismos? Podríamos descubrir cosas desagradables, de modo que preferimos no mirar, queremos mejor ignorar lo que es. No sólo tenemos temor de lo que puede haber en el futuro, sino también de lo que puede haber en el presente. Tememos conocernos como somos, y esta evasión de lo que es, nos hace temer lo que podría ser. Nos acercamos a lo que se llama conocido con temor, y también a lo desconocido, la muerte. Eludir lo que es, es deseo de satisfacción. Estamos buscando seguridad, reclamando constantemente que no haya perturbación; y es este deseo de no ser perturbados lo que nos hace eludir lo que es y temer lo que podría ser. El miedo es la ignorancia de lo que es, y nuestra vida se gasta en un constante estado de temor.
“¿Pero, cómo se va uno a librar de este miedo?”
Para libraros de algo tenéis que comprenderlo. ¿Hay miedo, o sólo el deseo de no ver? Es el deseo de no ver lo que trae el miedo; y cuando no queréis comprender el pleno significado de lo que es, el miedo actúa como un preventivo. Podéis llevar una vida satisfecha, evitando deliberadamente toda indagación sobre lo que es, y muchos lo hacen; pero no son felices, ni lo son los que se divierten con un estudio superficial de lo que es. Tan sólo los que investigan en serio pueden darse cuenta de la felicidad; únicamente para ellos hay libertad del temor.
“Entonces, ¿cómo va uno a comprender lo que es?”
Lo que es hay que verlo en el espejo de la interrelación, de la relación con todas las cosas. Lo que es no puede comprenderse en el retiro, en el aislamiento; no puede entenderse si existe el intérprete, el traductor que niega o acepta. Lo que es puede sólo comprenderse cuando la mente está por completo pasiva, cuando no está actuando sobre lo que es.
“¿No es sumamente difícil el darse cuenta pasivamente?”
Lo es, mientras hay pensamiento.